Os voy a contar un secreto: veo Pretty Little Liars, al principio porque me pareció un misterio interesante, inusual para las series americanas dirigidas a adolescentes donde el misterio puede ser con quién acabe X personaje o cuantas veces por capítulo enseñará el culo el protagonista masculino.

Una pandilla de 5 chicas de un barrio «bien» ve como una de las suyas, un poco mal bicho, desaparece y encuentran su cadáver un año después, justo después de que todas hayan comenzado a recibir mensajes de alguien que conoce detalles de sus vidas que solo su amiga Allison podría saber, salvo que ella, la muerta, no puede ser. Pero los mensajes no pararán ahí, esa «A» de sus mensajes no dejará de acosarlas, jugar con sus vidas, y manipularlas para que se replanteen quien era su amiga, quién acabó con ella, y por qué.

Pero lo malo es que lo que empezó siendo un misterio, ahora se ha convertido, con el paso de una temporada y media, en una pesadilla dosificada a cuenta gotas que no consigue engancharme, y me da que no soy el único. Ya ni la sonrisa de Ezra ni los pectorales de Jason DiLaurentis consiguen que me interese la serie como lo hacía en los primeros capítulos, tras los que al comprobar el éxito, me temo que decidieron alargar la trama lo máximo posible como si de un sueño de Resines se tratase.

Mas le vale a Alisson estar viva y que aparezca para explicarse, porque con el lío que se está montando y las acusaciones a diestro y siniestro, vamos por mal camino.

No sé cuanto aguantaré, ni cuanto conseguirán alargar la trama basada en los libros de Sara Shepard (aunque adaptados de manera más que libre) pero lo que si sé es que las «pequeñas mentirosas» se han deshinchado, y si ya eran pequeñas, ahora no sé ni como se las puede denominar.